El impacto visual que produce el cromatismo de este lugar es parte de su encanto, que se agudiza al entrar en detalle para ir deleitándose con cada cactus y cada pequeño rincón de esta antigua cantera de ceniza volcánica. César Manrique consigue como nadie sorprender y maravillar de la manera más natural. Su idea de crear un jardín botánico en este inhóspito lugar es ya de por sí un acierto, pero además supo darle una gran personalidad, difícil de olvidar una vez que se ha visitado el Jardin de Cactus. Es la última intervención del artista en el territorio de Lanzarote y un compendio de las pautas estéticas que siguió en sus obras de arte público integradas en el paisaje.



Rodeando esta barrera llega la gran sorpresa, el Jardín entero se ofrece a los ojos del visitante, como un gran anfiteatro convertido en parque de atracciones.

La forma circular del recinto parece simular un cráter volcánico, como representante más emblemático de la isla de fuego. La gran escalinata por la que se desciende a las distintas terrazas, donde se exponen los cactus, habla de la importancia del lugar al que se desciende.
El simbolismo lo inunda todo de la forma más natural e intuitiva en el Jardin de Cactus de Lanzarote. El empleo de materiales constructivos del entorno, el uso continuado de líneas curvas, la ausencia de simetrías que no sean naturales, las formas puras cóncavas (hondonadas) y convexas (colinas).

El jardín botánico como tal, dispone de de cinco mil metros cuadrados que acogen cerca de diez mil ejemplares de cactus de más de mil especies distintas, originarias de América, Madagascar y Canarias, reunidas por Estanislao González Ferrer, experto en botánica.

La obra arquitectónica está construida en piedra y en formación de terrazas, muy semejante a un anfiteatro romano, donde se exhiben las diferentes especies botánicas.
Destaca el pórtico de entrada, la tienda y el bar-cafetería, construidos con piedras basálticas labradas a mano.

Otros elementos del Jardín son los monolitos basálticos, encontrados allí al restaurarse el lugar, y los estanques con nenúfares y peces, que hacen aún más onírico el Jardin.
En el interior del molino de viento, se puede ver la maquinaria utilizada para moler la harina y desde allí se obtienen estupendas panorámicas de todo el entorno.
El motivo es la boyante industria de cría de cochinillas que existió en el pueblo de Guatiza y Mala.
Estos animales se crían en este tipo de cactus y son un colorante natural para textiles y carmín muy apreciado en otros tiempos.
Los colorantes sintéticos han terminado con esta fuente de riqueza que tenían estos pueblos y ha dejado como testimonio las chumberas (tuneras).
fuente: blog lanzaroteysusvolcanes